Miguel Contissa

…uno más de la diáspora peronista…

Jauretche sobre Roca

Posted by Miguel Contissa en diciembre 2, 2012


 Por Miguel Contissa

 

En los últimos tiempos, cierto “revisionismo histórico” bien auspiciado, como también algún escritor junto a algunas agrupaciones con mucha mercadotecnia pero con pocos integrantes y a los que se suman personajes del mundo de la política tanto como para no quedar “fuera de agenda”, decidieron explorar aquellas etapas poco conocidas de nuestra historia. Casi todos abordan esa misión reconociendo la importancia de los iniciadores de esa tarea en los años 40′ como fueron, entre algunos, los hermanos Irazusta, Font Ezcurra y Arturo Jauretche.

El eje de esas exploraciones está puesto en el desempeño político, económico o social de algunos protagonistas del siglo diecinueve, y tiene como marco a la relación antinómica conocida como “civilización o barbarie”, haciendo foco en figuras como la de Julio Argentino Roca para descargarle innovadoras visiones y juicios condenatorios sobre lo actuado por el tucumano durante su vida pública.

Como paradojicamente todos ellos se declaran acérrimos admiradores de los viejos revisionistas, especialmente de Arturo Jauretche con sus inobjetables visiones sobre la historia y sus actores, quiero que dediquen unos minutos a la lectura de una parte del capítulo “Reaparición del Ejército Nacional” que pertenece al libro “Ejército y Política” escrito por Don Arturo en 1958. Servirá para establecer la diferencia entre el oportunismo de este nuevo revisionismo “progresista” y “antimilitarista” y el verdadero trabajo historiográfico realizado por aquellos, que acostumbraban analizar “los hechos” dentro del contexto en el que se producían para evitar conclusiones apresuradas o equivocadas. Es decir, podremos reconocer lo que opinaba Jauretche en su tiempo y contrastarlo con lo que hoy opinan los “nuevos relatores” de la “aggiornada” historia oficial.

 

Del libro “Política y Ejército”. Editorial Corregidor. Mayo 2008 (Pág. 98 a 102)

PRIMEROS PASOS HACIA UNA ECONOMÍA NACIONAL.

Esa nueva promoción que tiene Roca como conductor careció de una teoría nacional de la política y de la economía. Sólo le fueron dados atisbos parciales de la realidad; no así liberarse de las supersticiones ideológicas, pero con todo, su carácter nacional la hizo contrabalancear a los agiotistas y especuladores del puerto de Buenos Aires y posibilitar algún desarrollo industrial. A ellos debemos la modernización y crecimiento de las industrias azucareras y vitivinícolas, a las que por cierto la metrópoli británica no opuso mayores dificultades, porque el azúcar significaba un golpe al comercio rival de carnes, el saladero, que se abastecía a los mercados azucareros del Brasil y Cuba, y la industria vitivinícola contribuía a eliminar otro competidor del mercado de exportación: Francia, abastecedora de vinos.

Pero de todos modos se tonificaron las economías de dos centros fronterizos -Cuyo y el Norte-, y se paró la emigración de sus habitantes al litoral pastoril. Esta época y la de sus continuadores fue también de enajenación de los ferrocarriles nacionales y de concesiones leoninas al capital privado. Pero cumplió, en cambio, una política ferroviaria de sacrificio a cargo del Estado, que tuvo en cuenta las fronteras y estabilizó el norte argentino y la conexión con Bolivia. Tal vez hubiera llamado el Pacífico al Plata, sin la apertura de la nueva ruta por Panamá que abrió una vía marítima más corta.

Pero lo fundamental es que con Roca vuelve al país el concepto de una política del espacio. Vuelve con un auténtico hombre de armas y vuelve porque ya hay un ejército nacional y la demanda mínima de éste, la elemental, es la frontera.

POLÍTICA NACIONAL DE LAS FRONTERAS.

Está la frontera con el indio, abandonada desde Caseros, cuando éste vuelve a rebalsar y hasta interviene en nuestras luchas civiles: Mitre ha traído a los indios a La Verde como los llevó a Pavón seguramente para replantear el dilema de Civilización y Barbarie a favor de la civilización, del mismo modo que Brasil llevó sus esclavos a la lucha por la libertad de los paraguayos.

La primera tarea que realiza el ejército nacional es la conquista del desierto. El plan de operaciones repite el de la Confederación, con medios más modernos pero con la misma visión nacional. Lleva implícita la ocupación de la Patagonia que se realiza, y la definición de la frontera con Chile que obtiene solución favorable, salvo en el estrecho de Magallanes, y definitiva por la Política Nacional de las fuerzas armadas que representa el fundador del nuevo Ejército Nacional. Ella no hubiera sido posible sin la construcción del mismo, por encima de las facciones y sometimiento al mitrismo; la extensión vuelve a formar parte de la Política Nacional que se irá complementando hacia el norte, con los expedicionarios del desierto que en Chaco y Formosa consolidan, con la ocupación hasta la frontera del Pilcomayo. Toca también al ejército nacional resolver la cuestión Capital que algo aliviará al gobierno argentino de la presión constante del círculo de la oligarquía porteña. Frente a Avellaneda vacilante ante la insolencia de Tejedor y los demás mitristas, Roca expresa la posición firme de lo nacional y la decisión del Ejército Nacional de no aceptar más retaceos a la República. Oigamos a Roca: “Ya que lo quieren así, sellaremos con sangre y fundiremos con el sable de una vez para siempre, esa nacionalidad argentina que tiene que formarse como pirámides de Egipto y el poder de los Imperios, a costa de la sangre y el sudor de muchas generaciones. Es posible que esté reservada a la nuestra el último esfuerzo y la coronación del edificio. ¡Que no nos falte el coraje, la energía ya la decisión en el momento de la prueba”.

Éste es el momento decisivo y es bueno señalar lo que destaca Ramos (Jorge Abelardo): al lado de Roca está Hipólito Yrigoyen, jefe del futuro gran movimiento nacional. En cambio, Alem, está del otro lado. Los clásicos al lado de los clásicos, los concretos al lado de los concretos, los realistas a lado de los realistas. Del otro lado los declamadores, románticos arrastrados por el influjo de las palabras huecas, y las ideologías.

Es confusa la historia como que es cosa de hombres. Digamos glosando a Buffon que el estilo define las corrientes históricas mejor que las palabras.

Hasta 1916 el pueblo es ajeno a todo el drama histórico desde Caseros. Desde entonces hemos carecido de una verdadera política nacional; pero señalemos los grados: durante el período del mitrismo no fue carencia; hubo política antinacional consciente y deliberada, que se sostuvo en la inexistencia del Ejército Nacional, reemplazado por una milicia de facción. Con Roca y la resconstrucción del Ejército Nacional empieza a definirse una Política Nacional, zigzagueante entre la compresión parcial de los hechos y el adoctrinamiento antinacional de los ideólogos.

Pero como los gobiernos impopulares todos, subsisten casi exclusivamente gracias a la tolerancia de las fuerzas armadas hay por lo menos una Política Nacional, la del Ejército, expresada por su fundador, el general Roca, que tiene una Política Nacional de fronteras y una política económica a la que falta mucho para ser nacional, pero ya retacea el librecambio impuesto por los vencedores de Caseros en obsequio de los “apóstoles del comercio libre”. No llega con todo a constituir sino un mero atisbo de política nacional: ella sólo se integrará por la presencia del pueblo en el Estado.

Sólo con Yirigoyen, balbuceante, imprecisa por la llegada del pueblo al poder comienza a perfilarse una política nacional íntegra que abarca las fronteras interiores y las fronteras exteriores, que comprende el espacio y el hombre, y da nacimiento a una política internacional típicamente argentina y que ha marcado en la nueva llegada del pueblo al poder en 1945.  Pero en las dos oportunidades la propaganda ideológica de los elementos extranjerizantes logra desvincular las fuerzas armadas de sus fines esenciales de política nacional.

Así, lo ocasional y anecdótico, la buena o la mala administración, obstruyendo la perspectiva general y las armas de la nación son utilizadas con fines muy distintos a los que las movilizaron, volviéndose contra ellas mismas, al presidir la restauración de la oligarquía y el coloniaje, ligándolas a esta causa, y convirtiéndolas en instrumento de nuestra debilidad al subvertir sus objetivos esenciales. La política de facción les hace perder de vista la política nacional y esto incide también sobre su eficacia, pues el arte de nuestros enemigos ha consistido siempre en enfrentarlas al pueblo, provocando su desprestigio en el mismo y rompiendo la unidad vertebral de la Nación, que es un supuesto necesario de la política de defensa nacional.

Y esto es consciente y deliberado, porque no es por azar que se encomienda a la milicia, y no a la policía, la represión de los movimientos obreros y se degradan las jerarquías de la profesión en misiones persecutorias y policiales, en las que al mismo tiempo que se procura crear la hostilidad popular, se mina la moral de los oficiales colocándolos en actividades de espionaje, interrogatorios y servicia, ajenas por completo al sentido y al decoro de un oficio que es una dignidad. Y digo que esto es deliberado porque estos mismo que impulsan a jefes y oficiales a esas tareas, son los que han imputado como un crimen, tareas de espionaje internacional cumplidas por jefes de la nación, este vez sí, en ejercicio de su actividad profesional.

El doctor Güemes, en el trabajo señalado ((Luis Güemes, en «Esquema de la actualidad institucional de la República»), nos recuerda los fundamentos del pedido de baja hecho por Manuel Rojas, desde Tucumán (05-12-1816): “Todo individuo que viste el hábito militar aparece a la presencia de los jefes y mucha gente de estas provincias, no ya como perteneciente al ejército de los Pueblos Unidos, sino como oficial de una nación extranjera”. Este Rojas combatió desde Cotagaita hasta la definitiva liberación del Perú; esto ocurre en el momento en que San Martín se queja a Guido porque le han sacado recursos, con las alhajas de donativos de la provincia y entre ellos lo de su propia mujer. En su angustia dice: “Por eso mi resolución está tomada: yo no espero más que se cierre la cordillera para sepultarme en un rincón sin que nadie sepa de mi existencia, y sólo saldré para ponerme al frente de una partida de gauchos si los matuchos nos invaden”. (San Martín a Tomás Guido, en Buenos Aires, 14-11-1816)

Bariloche, 2 de diciembre de 2012

 

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